Año 2002. Y el rol, aunque un género bastante prodigado entre los jugadores de PC, apenas llegaban a consolas cierto tipo de propuestas. Sí que llegaba con más o menos frecuencia determinados títulos con un perfil más oriental, entre las que la saga Final Fantasy solía reinar de forma implacable, haciendo sombra al resto en cuanto a ventas y popularidad. Pero cualquier aficionado al rol en videojuegos sabe bien de las diferencias que habitualmente suelen presentar las propuesta nacidas en Occidente o Europa respecto a las japonesas. Como el propio argumento o sistema de combate, que incluso pudiendo coincidir en lo básico, pueden sentirse muy diferentes entre sí. Al igual que si hablamos de aspecto gráfico. Donde en un lado existía una clara tendencia al estilo animado y más colorido, sagas como Diablo han apostado más por un tono gris que buscaba una aproximación más realista, a pesar de la ambientación de fantasía.
Y en medio de todo este lío nos encontrábamos los jugadores de consola, que al final si queríamos jugar a determinadas propuestas nos veíamos en la necesidad de irnos, casi de forma obligada, a un PC. A los jugadores de Xbox les llegó entonces el magnífico The Elder Scrolls III: Morrowind. Una de las mejores entregas de una saga que, a día de hoy, es un claro referente en el género y que se estrenaba así en formato para consola. Por este y otros motivos hemos elegido a The Elder Scrolls III: Morrowind como el segundo de estos de 15 juegos exclusivos de Xbox, tras haberos hablado sobre el gran Halo: Combat Evolved.
Si este tipo de propuestas no habían alcanzado antes a las máquinas domésticas era en parte por cuestiones técnicas. Y también, lógicamente, de control. Con The Elder Scrolls III: Morrowind se nos presentaba un título con un desarrollo en primera persona, lo que facilitaba considerablemente su adaptación a mando al ver como otros ya lo estaban haciendo de forma bastante satisfactoria. Y por otro lado, la capacidad técnica de Xbox permitía a Bethesda hacer correr el juego en una consola con cierta solvencia.
The Elder Scrolls III: Morrowind tenía todos los elementos que han encumbrado a la saga. Empezando por una enorme libertad de acción y la posibilidad de crear y personalizar a nuestro propio personaje. Poder explorar en una consola un mundo con tales dimensiones con tal libertad, diseño gráfico y sin apenas tiempos de carga reseñables, suponía entonces un hito. Además de porque el propio juego se convertía en uno de los mejores del catálogo de la máquina de Microsoft, y en un gran atractivo para que quienes querían olvidarse de jugar en un PC, pudiesen comenzar a disfrutar también de este tipo de títulos, que de esta forma ampliaban su público de forma considerable.
Madurez argumental en la tierra de los elfos oscuros, un enorme mundo para explorar libremente, decenas de decisiones que tomar y que afectan a la partida, un diseño de fantasía medieval que apuesta por un tono más serio, y un apartado técnico excelente teniendo en cuenta sus características. En definitiva, una estupenda muestra del mejor rol occidental que, por fin, llegaba a los jugadores de consola gracias a Xbox.
En unos tiempos en los que no muchos podían permitirse tener un PC en casa que moviese este tipo de juegos, y en los que realmente sí existía mayor diferencia en cuanto a comodidad a la hora de jugar en un PC o una consola. The Elder Scrolls III: Morrowind es un estupendo ejemplo de lo que representó Xbox y de lo que Microsoft quiso hacer en el mundo de las consolas con su marca. Además de abrirle las puertas a muchos jugadores que por fin tenían acceso a un RPG de calidad que se alejaba de los cánones más habituales de la industria oriental.