Son las siete de la mañana y los recuerdos de la noche anterior aún golpean las bases de mi cráneo como si de un martillo hidráulico se tratara. La verdad es que lo pasé bien, pero quizás bebí demasiado, o quizás el problema no fuera beber, sino mezclar, mezclé muchísimo de eso estoy seguro. El caso es que fue una noche rara, pasaron muchas cosas y no se si voy a ser capaz de acordarme de todas, pero bueno, voy a intentar ir escribiéndolas una a una a ver si, de esta forma, consigo descongestionar la sesera a base de sacar todo eso que me oprime para dejarlo en estas líneas.
Bueno, como os decía, ayer salí de fiesta. Sí, un tipo como yo, que hace años que no pisa una discoteca. Pero no me fui solo eh, no soy ese tipo de trasnochado que va asustando niñas en las barras de los bares, al menos no de momento. Me fui con Milo y Lola. Los conocí en la fiesta de graduación de su hermandad, acababan de terminar la universidad, no me preguntes como llegué yo allí, solo recuerdo que para entrar me dieron un flyer “Xbox Game Pass” ponía, parece que con eso puedes ir a más fiestas y eventos, pero yo elegí esta. Bueno, que me pierdo, como decía los conocí en su fiesta de graduación, y la verdad es que al principio no me cayeron muy bien, no sé, me parecieron los típicos inadaptados que lo son por qué, de alguna manera, sienten que tienen que serlo, una especie de cliché.
El caso es que la fiesta se desmadró y, no me preguntes cómo, acabamos en el infierno, yo no sé que hacía allí la verdad, pero a Milo y a Lola les dijeron que estaban muertos, ¡muertos! ¿Os lo podéis creer? Estábamos de fiesta y de repente… ¡pam! muertos, para siempre, para toda la eternidad, hasta el fin de los tiempos…. Joder, lo que es estar muerto ¿no?, en fin, el caso es que no sabían ni porque estaban allí, ni como habían llegado, ni lo más importante ¿por qué habían ido a parar al infierno?
El caso es que nos dijeron que esto podía tener solución: ser más fiesteros y beber más que el mismísimo Satán. No lo dudamos ni un momento y fuimos a verle. El caso es que en este infierno no se estaba mal, a ver, no es el sitio para crecer y tener hijos, pero como sitio de marcha la verdad es que me encantó desde el principio. Muy colorido, con muchos bares, y mucha gente por ahí. Había humanos sí, también había demonios y al final de la noche estos demonios me acabaron pareciendo más humanos que las almas descarriadas que habitaban el infierno. La verdad es que con los que hablé me parecieron más parodias de estereotipos y referencias a videojuegos que otra cosa. Como digo, al final estos demonios eran los que más majos me acabaron cayendo, porque no os vayáis a pensar que estos andan todo el día con el tridente pichándonos en el culo o dándonos latigazos, no. Bueno, al menos no fuera de las horas de trabajo, de hecho, cuando no trabajan son bastante simpáticos. Como decía el ambiente en este infierno estaba muy bien, todo con luces de neón y colores rojizos y morados. Guay.
Bueno, al final conseguimos llegar a hablar con Satán, no sin antes tener que gestionarnos unos pases VIP para poder acceder al gran Lucifer. De hecho, de grande tenía solo la envergadura, porqué lo encontré un poco trasnochado, sí, no sé si me explico, pero trasmitía cierta sensación a medio camino entre la nostalgia y la tristeza. Esa que trasmiten los grandes futbolistas cuando han pasado su carrera y se ponen gordos. ¿Me pillas no? Después me enteré de que, henchido de orgullo se había peleado con su familia y habían tenido unas movidas terribles. El caso es que se ve que, para paliar todo ese dolor, se pasaba todo el día de fiesta y claro, al final había desatendido los asuntos de gestión del infierno y se había rodeado de pelotas y aduladores que poco interés tenían en su persona y mucho más en su figura. Pues así era este Satán.
Volviendo a la noche, para vernos con él, en última instancia nos dijo que teníamos que traerle unos sellos de, al menos, dos de sus hermanos a los que hubiéramos “outpartied”. A ver, que no lo he comentado, pero es que toda la noche transcurrió en inglés tanto lo que la gente me hablaba como lo que yo les decía, todo en inglés, hasta los carteles, ni una palabra en castellano, espero que para más adelante, cuando vuelva, los organizadores del “sarao” (Night School Studio) ponen aunque sea un intérprete o algo, o ¡qué cojones!, que le pongan subtítulos a la peña ¿os imagináis?
A lo que iba, que había que vencer a dos de los hermanos de Satán en la fiesta, el caso es que tampoco es que fuera algo así como exclusivo, las reglas no eran tan estrictas, de hecho alguno de ellos, si le caías simpático o le hacías algún favor es posible que te diera el sello sin que tuvieras que retarle a ningún juego de beber, pero yo no lo probé, la verdad es que no me salía del alma y preferí ganarles en buena lid. ¿Qué a que jugamos? Pues básicamente a tres cosas: al simón, intentaron venderme la milonga de que era un juego de baile y “nosequé” patrañas, pero vamos el simón, de toda la vida, y encima nivel preescolar; también nos retamos a “drinkpong”, que, por si no fuiste a la universidad en Estados Unidos durante la década de los ochenta, consiste básicamente en meter una pelota en un número de vasos determinados antes que el rival, y cada vez que uno de los dos mete la pelota obliga a beber a otro, así hasta que no hay más vasos o aparece el SAMU el bar, te abducen los extraterrestres, tus padres dejan de hablarte una semana y hasta el próximo jueves, ¿sabes quién digo no?, pues eso; el último juego, era “La Escalera de Jacob”, ejem, y ahora piensa en Constantino Romero ¿lo tienes?, si coño, Mufasa. ¿Sí, ahora sí?, vale. Repetimos “La Escalera de Jacob”, ¿mejor eh?, en fin, parece que ya se me va pasando un poco la resaca. Va qué me enrollo, el juego es beber y poner el vaso formando una torre hasta llegar a un nivel antes que el rival.
Al final, de estos juegos el recuerdo que tengo no es grandioso, pero si que eran entretenidos y algunos requerían de cierta habilidad, cosa que se complicaba conforme iba bebiendo más y más durante toda la noche. Además, servían para desengrasar un poco de tanta conversación, porque, ¡lo que le gusta a la gente hablar en el infierno!, encima se supone que yo tuviera que saber que tengo que decir, en fin, quizás el infierno y el mundo de los vivos no tengan tanto de diferente y las relaciones al final son iguales en todas partes. En definitiva, nunca hay respuesta segura ni argumentos para todo, pero por lo menos te las ves venir. Se ve que, por aquello de lo extraño de la situación, anoche solo tenía dos opciones a la hora de hablar, siempre dos, no me venían más opciones a la cabeza, era como un bloqueo difícil de explicar. Por suerte existe la bebida.
Sí, la bebida, solución y causa de todos los problemas. Tengo que contaros algo, en el infierno los cócteles no son como en La Tierra, ¿más baratos?, pues a lo mejor porque no me cobraron, pero no me refiero a eso. Acércate, que te lo cuento al oído que no quiero que se entere nadie, en el infierno los cócteles ¡te desinhiben!, ah… que en la Tierra también. Lo que quiero decir es que cada cóctel que tomas tiene unas propiedades, algunos te vuelven más seguro de ti mismo, otros te convierten en un imbécil prepotente, otros te ponen tontorrón y hacen que flirtees con toda la disco y hay hasta unos que hacen que te creas un pirata, ¡aaaarggggg mis favoritos!, en fin, muchas variedades, tampoco me voy a poner a contaros aquí todos, id vosotros mismos y comprobarlo. Pero una advertencia. El vaso tiene un límite, y los efectos del alcohol también, así que bebed a sorbitos y aprovechad las distintas opciones que estos os abren a la hora de hablar con los demás. Por lo general en los bocadillos de conversación que me salían de encima de la cabeza, estos cócteles siempre abrían una tercera vía de escape, que fuera adecuado o no, ya dependía de mi discernimiento a la hora de hablar. Un segundo, ¿cómo cojones me salían bocadillos de la cabeza?, ¡qué noche más rara!
Bueno el caso es que no paramos en toda la noche, de acá para allá de un bar a otro, conociendo gente, bebiendo cócteles, que si juegos de borrachos, que si un juicio, que si disfrázate, que si unos monjes que se me recordaban sospechosamente a los tres piratas de Monkey Island…, un montón de cosas. Además, nos hicimos amigos de Sam, una taxista que nos llevaba por todo el infierno, bueno, mejor dicho, ella se hizo amiga nuestra, muy maja la verdad. Esta Sam, salvando el modelado, obviamente, me recordó a Glottis de Grim Fandango. Hubo varias veces anoche en las que me acordé de Grim Fandango, quizás sea porque esa era otra manera de ver el infierno, muy diferente a dónde yo pasé la noche, pero a la vez y de alguna forma inconsciente muy parecida.
Sam no fue nuestra única acompañante durante la noche, también conocimos a Wormhorn. A ver cómo os hablo de Wormhorn, ¿sabéis el típico imbécil que sale solo de fiesta y va dando tumbos de botellón en botellón hasta que se cansan de aguantarlo y lo echan y así al siguiente? Sí, sabéis quién es, todos lo hemos sufrido. Pues esa es Wormhorn, sabes que está por ahí, no sabes cuando va a aparecer, pero de lo que estás seguro es de que su mera presencia va a ser molesta. Esta Wormhorn, se la asignaron a Milo y a Lola al principio de llegar al infierno y les dijeron que era… sus demonios personales, sus temores, sus miedos, sus dudas, en fin… ese lastre que todos en mayor o menor medida llevamos a lo largo de nuestras vidas y que conforme pasan los años se convierte en una pesada mochila llena de piedras de la que es mejor despojarse para poder seguir avanzando. Pero como he dicho, estos demonios internos, aparecen cuando menos te lo esperas, cómo el pesado del botellón.
Wormhorn se empeñó durante toda la noche en ir sacando trapos sucios de Milo y Lola con el fin de enfrentarlos, y, a pesar de que hice todo lo posible para que esto no ocurriera, los organizadores del evento lo predispusieron todo para que así fuera. No sé, la verdad es que esto no me gustó. Pasar toda la noche mediando y llevándolos bien para que al final “alguien” mande toda mi buena fe por tierra. Además, me pasó una cosa con Milo y Lola, no me entendáis mal, no son malos tipos, pueden ser incluso majetes, pero no conseguí empatizar con ellos, ¡leche! Solo los conocía de esa noche, ¿qué esperabais, que fuéramos los mejores amigos de repente?, pues no. El caso es que cuando Wormhorn me sacaba sus trapos sucios de ellos a mi como que me daban un poco igual, porque realmente Milo y Lola eran, al fin y al cabo, unos colegas para la fiesta, pero no unos hermanos del alma y tampoco se habían esforzado demasiado previamente en contarme nada de sus vidas que me pudiera interesar. Quizás si Wormhorn se hubiera centrado un poquito más en mí…. ¡ay que ver cómo estoy para demandar la atención del pesado de la fiesta!, pues eso que no me importaron mucho estas movidas.
En fin, que esta fue mi noche, parece que ya me encuentro un poco mejor de la resaca, se ve que necesitaba sacar todo esto. Realmente me lo pasé muy bien, de hecho, repetiría. Me gustaría ver qué hubiese pasado si hubiera tomado otras decisiones o bebido otros brebajes, es interesante. ¿La música?, pues ni tan mal, la típica que no molesta, pero tampoco recuerdas a la mañana siguiente como es mi caso ahora. Me gustaron mucho los cócteles y sus efectos sobre mí, lo pasé bien jugando a juegos de borracho y tengo que reconocer que casi toda la gente que conocí me pareció interesante, con buen palique y sin enrollarse demasiado. Quizás hubiera estado más a gusto en un ambiente menos guiri, pero bueno, uno sabe lo que es Benidorm…. Si tuviera que poner una nota a la noche diría que un ocho. Buah, estoy cansado de escribir, me voy a jugar a Oxenfree.